El Gladiador
“No, no. Yo seguí corriendo,
arrastrándome y levantando el vuelo,
hasta que la oscuridad cayó del cielo,
y con ella la gravilla ardiente y las aves muertas.
Por falta de alimento giré repetidas veces.
Quien lo viese habría pensado que bailaba.
No descarto que tuviera los ojos abiertos.
Es posible que me desplomara con el rostro vuelto hacia la ciudad.”
-Wislawa Szimborska, La mujer de Lot-
I
Entré allí para olvidar la fecha,
también para crearla.
Entré allí para observar mi cara pegada en el espejo,
para olvidarme,
a mí;
entré por incredulidad,
por inercia,
por el propósito y la peste,
para buscar la rabia.
Entré por el contacto carnal de la sangre con el ruedo,
porque venía herida desde antes,
entré para abrazarme,
para buscar consuelo,
porque me resonaba alguna frase
que la busqué en mi cuerpo
y en él no había nadie.
Para ubicarme en el ejército del aire,
para entender alguna ruta,
porque Wislawa me lo dijo,
porque ella dijo: los teoremas pequeños...
el resto no lo pude escuchar,
pero yo sé que lo dijo.
Entré por las noticias de la radio,
por las placas de acero,
por la amenaza que supone
vivir,
por la amenaza que supone
saberlo,
por la amenaza que supone
perder memoria cuando en el mar,
a brazadas,
olvidaste la orilla.
Entré por distracción, para reírme,
para montar una película de cine
negro,
para vengar a Humphrey Bogart,
para coger todos los aviones
y estrellarlos contra las estrellas,
porque no soporto el dolor de la carne
quemada,
para moldear el cuerpo de mi amante
según me describieron que volaban los pájaros.
Porque mi mano necesita tener una función,
por el asco,
por los aullidos que daría, que daré,
cuando no tenga voz,
para hablar simplemente de la lluvia.
Entré para erigir una estatua a Stig Dagerman,
otra
a los sepultureros
para darles las gracias por cubrir con tierra mi desnudez.
Para arrimar el hombro
y llenar el espacio estelar de papeles,
para grabar en la cabeza del mundo
el chocolate y el estaño,
porque me da vergüenza referirme a Pessoa,
ya que Beckett, abandonó lo que sabía
para aprenderlo todo de nuevo
y a tantos y a tantos...
Porque me importa y no me importa
y no tengo esperanza de volver,
por la compañía que suponen las lágrimas,
por el derecho y el torcido del llanto,
para nada.
Porque me angustia El Infinito,
para vaciarme la cabeza,
para nada, mi amor, para nada.
Para tener ahora la precisión del bisturí,
por capricho,
porque me hundo,
porque me arranco,
porque NO ESTARÉ.
II
Por la belleza de un descuido,
por el valor simbólico del pecho,
porque antes de haber escrito
había un cartel enorme sobre mi tumba que me decía:
¡ENTRA!
Entré por el consuelo y el sadismo,
para saborear el odio,
por temor,
sin que ninguna razón me avalara,
para taparme los oídos.
Por no tener noción de economía
y pagar intereses,
porque invadieron Yugoslavia y Polonia
y prostituyeron
el aura sagrada de los sueños
y no entendieron nada
a cerca de la metáfora de La Creación,
por el olor a baba del semen,
por el deseo transportado
en una carroza de la que tiran
caballos humanos.
Por paranoia, por error, por imprudencia,
por intoxicación de metafísica y tabaco,
para escaparme de los perseguidores,
por sospecha.
Entré a buscar a Kafka con sus benditas cucarachas,
por la sífilis, por protegerme de la ausencia
y para ausentarme mucho rato
no sé de dónde,
para bailar aún más deprisa,
para bailar muy despacito,
por el sentido común de las órbitas
que danzan con crueldad y violencia
y gravitan en las lagunas de lo etéreo
bajo las leyes de la materia,
para burlar el átomo,
quizás sea cierto...
siete metros,
dos minutos,
9.455 días
como un reloj oblicuo contra mi cráneo
que me obliga a estimar la decisión,
por transparencia;
podría ser él el responsable también
de que entre dos abrazos crezca tanto el calor
que haga estallar los cuerpos en pequeñas partículas
que engendrarán la vida.
Por enamoramiento,
para palpar el azuzante látigo de los desahucios,
por costumbre,
para sentir la soledad en cuerpo y forma.
Para desordenar el alfabeto
y provocar al cosmos,
porque me dieron este nombre con el que me hice una bandera
para secarme el sudor,
para encontrarle algún sentido a la palabra Poesía,
para que no lo tuviera
y pudieran acogerse a su grito
todos los agredidos de este mundo.
Por osadía nada más.
Para poder hacer preguntas,
para no estar aquí
donde los platos y las cucharas atraviesan la barrera del sonido
y entonan himnos a la luz,
por Adán, por Caín, por mi padre,
por estos dos amados cuerpecitos
que partieron en tres mis entrañas
y ahora vagan solos
en una charca inmensa
desde mis ojos imaginarios.
Porque creía en Dios y se burló de mi salario
y se cagaron en las tablas de la ley
y se vistieron de jueces e impartieron sufrimiento
e hicieron de fiscales y acusaron a Trotsky de trotskista
y negaron delante de mis ojos tres veces
haber sido unos hipócritas cuando afirmaban
que no hacían leña con el fuego.
Porque quiero viajar en las nubes de Altazor,
por Vallejo y los niños, por la madre de Ginsberg,
para que nadie, nadie, nadie,
me diga que ha estallado el infierno
como cosa real por fuera
aunque también es cierto que existe el hambre
como cosa real por dentro
y si embargo yo he comido.
Por lealtad a los inocentes,
porque también yo soy inocente,
por piedad al culpable,
porque también yo soy culpable,
por las noches,
por amor,
para que exista el amor
a pesar de NOSOTROS.