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PATRIA DE PÁJAROS

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viernes, 18 de septiembre de 2009

Debajo De Las Lunas



Debajo De Las Lunas




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Dices que envidio a mi poeta y quiero darte la razón como si la razón me perteneciera o como si mi poeta perteneciera a mi razón, pero es una forma de decir, como te dije, todos aquellos días, de qué manera se me fueron clavando
a veces versos, a veces hierros en la piel. Aquellos días en mi pupitre de madera acompañada por un rotulador y en la punta sombría del sombrero, un lapicero con una brecha,

mil brechas.

El café se ha enfriado, estuve a punto de morir arrollada por una aparición
Súbita
de millares de estrellas que nunca habían estado en esta piel en la que sueña mi poeta.

Dices que digo cosas turbias, simples e intranscendentes y que hago poses y pucheros para llegar al tenedor

con el que me alimento,

y dices que trabajas mientras duermes, todo eso aprendiste a decir, recuerdo aquellos días no en Odessa sino en Madrid, cuando el aire era tan denso que se fijaban los cuchillos y un viento filamento hacía palabras con la muerte, y yo, que apenas tenía fuerzas, te levanté varios centímetros del suelo y te llevé
a componer
en una nube las turbulencias que luego se
calmarían y el mar volvió a ser mar,

pero el mar no regresa, y yo

temo que no lo pueda ir a buscar. Dijeron que las flores se marchitan
más antes de perecer, digo que fue deliberado que lo dijeran así para que sucediera, no porque diciéndolo fuera, pero sí para irlo sintiendo, sÍ para que antes de regresar los hombres a sus tumbas hubiera que articular que una mujer no es todavía una mujer hasta que la física lo muestre,

y se arrancaron los ojos y se amarraron velas

a ella.

Y algún poeta desfalleció de la intención de ser poeta y pretender un amigo compañero que no le hurgara en el bolsillo o en las entrañas como si fuera extraterrestre ya que tierra todos tenemos

afuera adentro de los ojos.

Y como así lo muestran las leyes de la física, la química no fusionó y andaba
por ahí, ya dije que eran hierros, los hierros de Madrid,

semáforos impenitentes

que se guardó en las ambulancias porque le hacía daño al corazón que
a estas alturas aquí es una metáfora y allí una víscera que no se sabe componer,
total, que la casa vacía y el poeta se fue llorando noche arriba a emigrar a las estrellas

o a volar.

Y luego me tiraron encima tomos enteros de enciclopedias, diccionarios enteros, completos y verbales como hidras no acuáticas, sino ferrosas, no sólo era en Madrid, sino en los siete continentes de cuyo nombre no me puedo acordar porque me ataron pies y manos y se pusieron a vender

sus violentas mandarinas

y opinaban que las naranjas eran verdes, azules y cenicientas y se volvió mi piel azul, verde y azul cada vez que no estuvo el tenedor donde yo lo pudiera alcanzar aunque arreciara el hambre o advinieran
los Vientos Alisios.














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