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martes, 15 de septiembre de 2009

Impermeable




Se DiSolvía





“¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?.”

-Thomas S. Eliot, “Coros De La Piedra”-





Impermeable


 


Lo que quería decir con todo esa dificultad de los nombres, era que no estaba seguro de si nombres como Casiodoro de Reina o Cipriano de Valera tuvieran que considerarse realmente tan relevantes. Que en el año 4.000 quién sabe de cuántos nombres tendría que valerse el pensamiento de un hombre y si el lenguaje desfragmentado que ya estaba marcando el estilo de muchos escritores, no venía a ser más que la articulación de esa pregunta. En la opacidad del día le parecía ver que pocas de sus ideas se vinculaban a los movimientos que, en concordancia con ellas, se había propuesto realizar: no cabía duda de que entre ambos existía un hilo conductor, pero le era desconocido.


Acudió en su auxilio una película en la que un niño autista pasaba horas y horas sentado frente al televisor y cuyo único lenguaje consistía en emitir un torrente de sonidos ininteligibles que podían calificarse como gritos y como gruñidos por las siguientes razones: el grito ya es un lenguaje y es también un estallido, algo que ha sido contenido se manifiesta en el momento de la explosión; el gruñido apunta a una fase animal en la que el signo está más “cosificado”. La película puede que se llamara La Teta De La Luna, y con toda esta precariedad, era como acudía en su auxilio. Respecto al niño autista, un especialista en logopedia relentizó esos “ruidos” y comprobó que lo el niño decía, eran las frases de los anuncios que oía frente al televisor, atropelladas y a gran velocidad.

Algo así le pasaba a él con las fechas y con los nombres, era como si para retenerlos se viera obligado a abandonar el ritmo y concentrarse en aquello, y tan opacas resultaban entonces las figuras, que no se le quedaban. Para hilar, tenía que dejarse llevar por lo que las palabras le quisieran decir y así era que cada nombre, cada fecha o cada palabra sin más, tenía para él muchos significados y le era prácticamente imposible memorizarlos, y si hubiera querido decir: casa, no estaría seguro de no haber dicho: cosa, o: nosia, o: caso, o: verde, o: cosa verde, o: extraño caso, o: gnosia, o: desconocido... y esto se hubiera prolongado en el pensar hasta tener que memorizar: árboles verdes con facultades para servir de domicilio... y entonces ya podía haberse extendido a querer estar diciendo: árboles verdes con facultades para servir de domicilio cuyos orígenes y circunstancias... e inmerso en el paisaje que estaba formulando, hubiera querido continuar y así podría estar diciendo: árboles verdes con facultades para servir de domicilio cuyos orígenes y circunstancias... proporcionábanle alegría de vivir... y en lo alto y en lo verde con exención de recordar de qué lugar se hablaba... brotaba la alegría en consecuencia... y no pudiendo memorizar... se vio obligada al abandono del... árbol-casa. En fin, concluyó que en el año 4.000 tendría que haberse transformado la configuración del lenguaje o la capacidad de la memoria a tal entendimiento para que el hombre pudiera relacionarse con el mundo tal y como le concernía.


Le asaltaron unas ganas repentinas de que salieran o entraran las palabras a su libre albedrío, y si ninguna quería corresponderse con la otra, sus motivos tendría.


¡Bueno! -se oyó diciendo- cruzan trozos de cintas... cacharros en fruición...


bombos con nombres... garabatos, sobra la letra sí... le castañean los tocones... ¡qué sermón!... pulsa, expulsa, afirma, contralee... el globo del ojo circular está soldado... cerca... que se acerca la era... Juan Pizza vive en Italia... ¿zorra, gorra o sombrero?... soplón, acordeón... ¡Y TODO A LA VEZ Y DIJO: BASTA!.


Dejó de lado de momento el problema de los nombres, y vino y me dijo que le tomara nota yo de lo que fuera él capaz de recordar:



“La muchacha bajó las escaleras por última vez, inmunizada contra lo que durante muchos días había tanto temido; no estaba despidiéndose aunque era casi una cauterización que ni siquiera adquiría rango de material, simplemente bajaba dejándose llevar por las esquinas superpuestas en el octavo piso que aparecían abruptamente en el rellano del tercero y donde creía que se iba a precipitar una tormenta, sentía calma -¡ojalá haya tormenta! –se oyó diciendo en alta voz -. En el recodo del primero ya era dulce la arista de la puerta que, de tan sólida que había estado siendo, ni la había llegado a sentir hasta el momento de la fecha. Después condujo lentamente y en los semáforos se confiaba al cielo enrojecido de tenue que había intentado relacionar con algún sitio de los últimos once meses. Si el cuello del cielo se alargaba, la carretera y ella se alargaban también; si parecía rosa o gris, ella estallaba en palideces y arrebatos con aires melancólicos; pero era el cielo el que mandaba, ordenaba, adormecía o se dejaba querer. Se desplazaba más o menos con la sensación de que, de los restos almacenados, no habían quedado más que restos y no era necesario por tanto evaluar. Durante cierta hora de la noche decidió que sería la silla en la que se encontraba sentada el nuevo trono desde el que observaría lo que le requiriera a ella para ser observado, los pies nocturnos trazaban una perpendicular con la columna.”



*Traductores de la Biblia: “... Y allí me da jaque mate al aclararme que el lenguaje de Faulkner, como en de Melville y el de Hawthorne, están profundamente marcados por la Biblia: son una derivación no religiosa del Lenguaje Revelado” –Sergio Pitol, en “Soñar La Realidad”-














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